Javerim Javerot

La vaca bermeja
¿Quién nos purifica?

Existen mandamientos en la Torá que no entendemos completamente y no debemos cuestionar, simplemente son ordenanzas divinas que nos dejan hermosas lecciones de obediencia a Él.

Uno de esos preceptos lo encontramos en la parashá de esta semana y es el que nos habla acerca de la vaca bermeja. En Números 19:1-2 está escrito:

“El Eterno habló a Moshé y a Aarón para decirles: Este es el decreto de la Torá que el Eterno ha ordenado diciendo: Habla a los hijos de Israel y que tomen para ti una vaca bermeja, completa en la que no haya defecto, sobre la cual nunca se impuso yugo”.

Así inicia está parashá y aquí viene uno de los grandes misterios que tiene esta parashá, pues no se entiende cuál es la razón especifica por la que se tiene que buscar una vaca roja (bermeja), quemarla y mezclar sus cenizas con agua para purificación.

Como esto es un poco complicado de entender voy a tratar de explicar algunas cosas:

Cuando el Eterno le dio la orden a Moshé y a Aarón de levantar el Tabernáculo (Mishkán), Él le dice a Moshé cuáles son los rituales de purificación que deben tener tanto los sacerdotes, como el pueblo de Israel, para poder ofrecer los sacrificios. Es así que Él les dice cómo deben llevar las ofrendas, realizar la inmersión, etc.

Cuando una persona se impurificaba con un muerto, Hashem les dio este decreto (Jok); ubicar una vaca bermeja, sin manchas, que no tuviera más de 2 pelos blancos. Dicen nuestros sabios que debía ser una vaca del color como las yemas de un huevo cuando están bien oscuras. Además tenía que reunir ciertas características:

  1. Ser hembra.
  2. No podía ser una becerra, sino una vaca de 3 años.
  3. Perfecta para el sacrificio.
  4. Que nunca se le hubiese puesto yugo.

Debían tomar esa vaca y fuera del campamento la sacrificaban. El segundo sacerdote -es decir, el que iba en el cargo después del Cohen Gadol-, era el encargado de llevarla afuera. Y otra persona, fuera cohen o no, era quien hacia el sacrificio. El Cohen tomaba de la sangre del sacrificio y la rociaba en dirección hacia donde estaba el Mishkán, mirando hacia el oriente. Luego tomaban ésta vaca y la quemaban con todo, sus intestinos, sus vísceras, sus pezuñas. Adicional a esto, arrojaban a la quema madera de cedro, hisopo y lana carmesí. Cuando terminaban el proceso se recogían todas las cenizas y se dejaban una parte fuera del campamento, otra parte en el Mishkán y otra parte a la entrada de este.

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El cohen que había hecho este ritual y la persona que hizo el degüelle quedaban impuros hasta el anochecer. Tenían que purificarse, al igual que sus vestidos, y luego sí podían entrar al campamento nuevamente.

De las cenizas, una parte se mezclaba con el agua con la que se hacía tevilah. Una persona que tenía impureza por tener contacto con un cadáver, entraba en el estado más alto de contaminación del ser humano. Al tercer y al séptimo día, tomaban de esas aguas con un hisopo y se rociaba a la persona impura. Esto no lo podía hacer por sí mismo, lo tenía que hacer otra persona. Y la que hacía este proceso purificaba a la otra persona, pero esta quedaba impura hasta la noche; todo esto es un misterio.

El Rabino Yohanan ben Zakai les explicó a sus estudiantes acerca de este precepto, diciéndoles: “por sus vidas, un cadáver no contamina, ni la novilla, ni la vaca, ni el agua purifica, más bien el Santo Bendito sea Él ha dicho: ‘he promulgado un estatuto para ti, he emitido un decreto y no está permitido transgredir contra mi decreto’”. ¿Qué les quiso decir? Simplemente que El Eterno ordeno hacer esto y que así debería ser.

Estos son los decretos del Rey y, aunque no los entendamos, simplemente debemos obedecer. Tenemos que intentar darles un sentido hoy, porque sirven para nuestra vida.

Tan significativo es el tema de la vaca roja, que cuentan nuestros sabios que se han sacrificado 9 vacas en la historia del pueblo de Israel desde el momento en que fue ordenado, hasta nuestros días -es decir hasta cuando el segundo Templo estuvo en pie, en el año 70 de la era común-.

Además, se dice que la décima aparecerá estaremos ad portas de la venida del Mesías. Esto es tan clave, que en este momento los sabios están en ese proceso de buscar esa vaca, e incluso algunos dicen que ya ésta.

Es de suma importancia este mandamiento que nos enseña que, así no entendamos lo que el Eterno nos quiere dar, debemos cumplir con las Mitzvot de Su Torá y obedecerlo sin importar cuanto nos cueste. El Eterno todo lo ha hecho y lo hace para nuestro bien. Tenemos que esforzarnos en seguir adelante, superando las circunstancias para cumplir con lo que Di-s nos ha mandado.

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Todo esto que sucede, todo este ritual, nos hace acordar del Mesías, y allí es donde debemos apuntar nuestra mirada, no mirarlo puramente en el ritual sino mirar un poco más allá; en el tema de la muerte en un ser humano, porque se dice que es el más alto nivel de impureza. El Rabino Dan ben Abraham dice que cuando un animal muere, simplemente muere, pero cuando muere un ser humano, con él mueren sus esperanzas, sueños, propósitos y mueren sus fracasos. Por eso, al estar cerca de un cadáver de un ser humano, se llega a ese nivel de impureza.

Y lo más interesante de esto, es que no es la vaca la que purifica. Entonces, ¿quién nos purifica? El Eterno mismo es el único que purifica. Hashem nos ha mandado a Su Mesías, a ese instrumento que Él utilizó para purificar nuestra vida. Y, al igual que la vaca, que tenía que ser perfecta, con varias características especiales, nuestro Rebe cumplió con las características que el Eterno dio para ser el Mesías; el yugo del pecado nunca estuvo sobre él, mientras que todos hemos pecado.

“La paga del pecado es muerte”, como dijo Rav Shaúl, y ese es el problema que tenemos; estamos contaminados. El Eterno envío al Rebe que fue sacrificado fuera del campamento, en el Gólgota, y por medio de su muerte purifico a todo Israel y a todo el mundo que se acoge a sus Méritos, a toda persona que reconoce en el Eterno al Eloha de Israel y que reconoce en Él a Su Mesías, quien cargo todas las impurezas y toda la muerte; esto le alcanza para ser purificado.

Es allí donde vemos que este misterio de la vaca bermeja es una proyección hacia lo que hizo el Rebe y cómo debemos verlo en este momento. Ese sacrificio que purifica de la muerte se cumplió en nuestro Rebe Ieshua HaMashiaj, y que finalmente es por intermedio de ese instrumento que el Eterno utilizó ese redentor que envió. Hashem mismo purifica a todo el pueblo de Israel y a toda la humanidad y nos permite acercarnos y servirle confiadamente a Él.

¡Shabat Shalom!

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